miércoles, 8 de junio de 2011

Ayer

Las hojas caen brillando a la luz del crepúsculo
tal y como ayer volaron las monedas en el canto del tarro
las pisadas mojadas franquearon escalas con barro

la lluvia impertérrita y segura de su caída
mojaba los labios de niños sin conciencia
mojaba los cabellos ahumados por cigarros seguidos
repetitivos y aspirados con ímpetu
con ansiedades, con palabras quemadas y crepitantes

la lluvia de los cielos sin miradas

mojaba palomas escondidas entre canaletas putrefactas
la masa deambulaba en busca de sus hogares
apretados parecían constelaciones opacas
dentro de un caldo tibio y sofocante:
toses, voces bajas o risas gastadas.

la suciedad era tremenda
los pasamanos babeados y golpeados
eran los tendederos de carnes esclavas

ahí en esos lugares, las ventanas jugaban un rol importante
escenarios no teatrales de la carnicería en su retorno a casa
los hijos esperando con los ojos pegados a otras ventanas
que no tenían la luz tan compacta ni tampoco vendas
o los blancos fluorescentes asociados a las mentiras luminosas
no tenían esa palidez enfermiza, ese blanco marmóreo
de los esqueletos primaverales.

cada día conocía más huesos
todos los días nacía uno distinto
en la eclosión funeraria y tormentosa de la infancia
y los niños sólo veían a sus padres
que abrían una reja para entrar en otra.

los sueños estaban de tijerales cálcicos
por subsidios suicidas donde la vida pacía sobre un par de letras secas
sobre una firma pesada que llagaba la espalda muda
que negaba la vida para siempre y la deshacía
con objeto y argumento de darle vida a otra vida que no la tuvo jamás.

era irrisorio ver tanta cuestión inexpugnable desde la esfera de estos pobres
que a veces odiaba por su lengua tuerta
que ahora lloro por su falta de certezas y su exceso de banderas.

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